Si mi punto de partida aquí fuera existencialista concluiría que <i> todo </i> es absurdo. Entonces no hubiera escrito este libro...
Si mi punto de partida aquí fuera existencialista concluiría que
todo es absurdo. Entonces no hubiera escrito este libro. Situado, en cambio, en la dimensión historicista, debo tratar el concepto
absurdo que da título al capítulo presente. Antes, sin embargo, debemos señalar que la Historia existe como una ciencia, como ciencia muy singular, si se quiere, pero ciencia al fin y al cabo si nos hemos de guiar en negativo por Karl Popper, hoy entronizado como eminencia fundadora del posmodernismo, tan
light él, pues precisamente le negaba el
status científico por
no poseer ni una sola ley sobre la cual operar , dijo en un Congreso celebrado en Viena. Fue una tesis desafortunada: se olvidó, el viejo filósofo, cometiendo un error aparatoso, que
todo sistema social y/o político (de poder)
tiende a conservarse . Y, ciertamente, los historiadores, entre otras cosas, trabajamos en esos espacios.
La Historia crítica, que es la que a mí me interesa, opera también en las diferencias de potencial generadas por la infinita existencia de un hecho llamado Poder, cuyo ánodo es el dirigente y su cátodo el dirigido. Como afirma Foucault no hay cosa más
absurda que el Poder, sistema que esclaviza a sus dos polos, y quizá no exista ser más desdichado que aquel que se cree dirigente,
Il Príncipe de cualquier rango u organización, víctima de la picaresca listeza del dirigido, ese forjador de mallas opresivas. Le Boètie ya se sintió asombrado en el siglo XVI, cuando escribió
La servidumbre voluntaria. ¡ Cuán absurdo es el Poder ! Lo anticipó hace bastante más de un siglo Max Stirner (El único y su propiedad) y Marx y Engels intentaron aplastarlo
(La ideología alemana).
Mientras haya Poder, pues, habrá Historia. Con Hegel, Popper, Kojeve, Fukuyama, o sin ellos. Mas, qué cosa tan absurda puede parecer a veces también la Historia... Especialmente si tenemos en cuenta que sus protagonistas, los hombres y mujeres, la inmensa mayoría, casi nada aprenden de ella, y una y otra vez, para gozo de fanáticos de lo repetitivo o del eterno retorno de lo idéntico, generaciones y generaciones siguen cayendo en las mismas trampas, reproduciendo las caricaturas que Marx anunciase sobre la repetición. Ya hay un sabio proverbio que dice que ningún animal tropieza dos veces en el mismo error, salvo el humano: he aquí, pues, un hecho diferencial. Los animales carecen de Historia, mientras el humano es un creador de Historia.
En la perspectiva de una muy larga cadena de absurdos hay tramas, eslabones, que más que absurdos son
especialmente absurdos . La Dictadura que perduró en España desde 1939 fue uno de esos eslabones y toda ella fue un puro absurdo radical, sangriento para más detalles. Por tanto, debo señalar que el haber dado a este capítulo el título de
Tiempos absurdos responde meramente a una elección de naturaleza estética. Estuve tentado de emplear aquí las palabras
inútiles o truculentos , Tiempos Inútiles o Tiempos Truculentos, títulos también adecuados para el período, pero asimismo hubiera tenido que reconocer que toda la Dictadura fue un magma inútil o bien truculento.
La enfermedad de Parkinson que atacó al general Franco con una insidia invencible se apoderó también del enorme aparato de la Dictadura. Uno y otra, dictador y Dictadura, fueron presa de aquel morbo y en su inútil lucha para sobrevivir provocaron nuevos y graves estragos a su alrededor. Patética es la figura del último soldado que muere en una guerra, tan patética como la de su matador: los dos cierran un ciclo. La Dictadura, aunque al final se hizo Monarquía, también tuvo su ciclo: comenzó aislada del contexto europeo-occidental y destiló sangre por doquier. Ahora, en 1975, el dictador se despediría tal como había llegado: con una España aislada por una retirada de embajadores y, desde luego, con más sangre. Franco fue siempre fiel a
Fuente: Dictadura y Transición. Bernat Muniesa. Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona. Barcelona. 2005.
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