Siempre que la historia de una crisis financiera está dominada por una quiebra prominente...

Siempre que la historia de una crisis financiera está dominada por una quiebra prominente, existe la tentación de ver toda la crisis a través del prisma de ese único evento, como si todo lo sucedido antes y después pudiera reducirse a un punto de inflexión específico. En la reciente crisis, la quiebra de Lehman Brothers desempeñó ese papel: muchos analistas del mercado están convencidos de que eso, más que cualquier otra cosa, fue lo que convirtió la crisis estadounidense en una conflagración a escala mundial.

Esa interpretación es comprensible, puesto que reducir una crisis a una espectacular quiebra simplifica una cadena de eventos sumamente compleja. Desafortunadamente, es engañosa. La quiebra de Lehman Brothers no fue tanto una causa de la crisis como un síntoma de su gravedad. Al fin y al cabo, cuando Lehman anunció que se iba a declarar en quiebra el 15 de septiembre de 2008, Estados Unidos llevaba diez meses en una grave recesión, y otras economías industrializadas estaban a punto de entrar también en recesión. El estallido inmobiliario entraba en su segundo año y el alto precio del petróleo propagaba su onda expansiva por toda la economía global. Se habían hundido alrededor de doscientos prestamistas hipotecarios no bancarios, y al frenarse la titulización, los vehículos de inversión estructurada y las sociedades vehiculares se habían quedado al descubierto. Los bancos convencionales estaban también en peligro: sus balances continuaron deteriorándose en el año 2008 y sobrevinieron inevitablemente nuevas depreciaciones de activos. Después de mostrar algunos signos de mejora a lo largo del invierno, los préstamos interbancarios se paralizaron una vez más en primavera y verano.

 

Fuente: Cómo salimos de ésta. Nouriel Roubini/Stephen Mihm. Ediciones Destino. Barcelona. 2010.

 

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