Sin embargo, en septiembre todos los cotilleos giraban en torno a otra historia de amor cocida y servida en Bloomsbury. ¿Cómo explicar, si no, la sensacional boda de Maynard con Lydia Lopokova?
El 25 de agosto habían contraído matrimonio en el registro de Londres, y se habían marchado quince días de luna de miel a Rusia, donde Maynard podría conocer a los padres de Lydia. Todo Bloomsbury se hallaba en estado de “shock”. ¿Cómo podía Maynard, se preguntaba Lytton, haberse comprometido con aquel “canario de cabeza hueca”, que revoloteaba por entre los muebles, canturreando sin cesar, incapaz de disimular que no entendía prácticamente ni papa de inglés? ¿Qué se habría adueñado del pobre Pozzo? La verdad era que parecía perdidamente enamorado de ella… ¡y viceversa! Era realmente extraordinario.
Tal vez Duncan tuviera disculpa por mostrarse resentido ante el nacimiento de un segundo gran amor en la vida de Maynard, pero fueron sin embargo los demás los que pecaron de malicia. En calidad de amante de Maynard, Lydia había añadido una nota infantil y extravagante a Bloomsbury: era por ejemplo una visitante mejor recibida que la amante de Clive, la elegantísima y “chic” Mary Hutchinson. Ahora bien, “no te cases con ella”, había advertido Vanessa a Maynard (1 de enero de 1922). Una vez desposados, le previno Vanessa, Lydia dejaría de dedicarse a la danza, empezaría a resultar cara de mantener y pronto le aburriría insufriblemente. Sin embargo, lo que Vanessa y los demás residentes de Charleston tenían sobre todo en mente era el efecto que pudiera causar Lydia, en calidad de esposa de Maynard, sobre la totalidad del grupo de Bloomsbury. Como vivía en Tilton House, a menos de un kilómetro de Charleston, entraría allí cuando quisiera, e interrumpiría a Vanessa cuando estuviese pintando. Además, sus interrupciones eran propias de una genuina cabeza de chorlito. Diríase que Vanessa parece haberse sentido sumamente intranquila al pensar en el efecto emocional que el matrimonio de Lydia y Maynard pudiera tener en Duncan, así como en el ánimo que pudiera darle a Clive, quien no en vano estaba preguntándose si no debería divorciarse de ella para casarse con Mary.
Fuente: Carrington. Michael Holroyd. Ediciones B. Barcelona.1995.