¡Somos unos seres tan extraños! Necesitamos reglas sociales y culturales que nos proporcionen orden y den significado a nuestras vidas y...

¡Somos unos seres tan extraños! Necesitamos reglas sociales y culturales que nos proporcionen orden y den significado a nuestras vidas y, sin embargo, también estamos constituidos de tal manera que nos irritan las condiciones que posibilitan nuestro desarrollo. No es difícil darse cuenta de que esta peculiaridad comporta ventajas adaptativas que nos compensan de los desórdenes que provoca. El deseo de acercarnos a nuestras restricciones y limitaciones es lo que nos hace esforzarnos, mejorar y crear. Somos conscientes de esto y lo convertimos en el tema de narraciones fundacionales que explican las acciones de Eva, Satanás, Prometeo, Fausto o, incluso, Edipo, por un lado, y la desesperación de Don Juan, por otro. La satisfacción no nos satisface y nos decepciona y, de este modo, nos vemos empujados a esforzarnos y desear más. Encerramos esta idea en dichos populares que hacen que el trágico asunto que supone la imposibilidad de alcanzar la satisfacción resulte menos inquietante. Por eso decimos que nadie está contento con su suerte. Esta misma idea puede convertirse en mucho más desesperanzadora en la forma deprimente en que la plantea Baudelaire: “El mundo es un hospital en el que a cada paciente le mueve el deseo de cambiar de cama... Me da la sensación de que debería conformarme cuando no lo hago”.

La sabiduría popular, siempre ambigua, nunca nos proporciona un solo punto de vista, sino que presenta la perspectiva contraria también de manera convincente. La perspectiva faustiana nos impulsa a luchar y la donjuanesca a buscar desesperadamente la satisfacción que nos esquiva en cuanto conseguimos aquello que, en principio, estaba fuera de nuestro alcance, pero contamos con una historia opuesta que es menos grandilocuente: la zorra y las uvas. Cuando no podemos obtener lo que queremos, la decepción hace que dejemos de desear lo inalcanzable redefiniéndolo como asqueroso. Las uvas que antes parecían tan apetecibles cuando se creía que era posible conseguirlas se convierten en verdes y la sola idea de pensar en ellas nos da dentera.

 

Fuente: Anatomía del asco. William Ian Miller. Grupo Santillana de Ediciones. Madrid. 1998.

 

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