Todas las sociedades son al mismo tiempo racionales e irracionales. Son forzosamente racionales por sus mecanismos, sus engranajes, sus sistemas de relación...

Todas las sociedades son al mismo tiempo racionales e irracionales. Son forzosamente racionales por sus mecanismos, sus engranajes, sus sistemas de relación e incluso por el lugar que asignan a lo irracional. Sin embargo, todo esto presupone unos códigos o unos axiomas que no son producto de una casualidad, aunque tampoco tienen una racionalidad intrínseca. Es como en la teología: todo es perfectamente racional si creemos en el pecado, la inmaculada concepción y la encarnación. La razón es siempre una región ubicada en lo irracional. Pero una región que no está en absoluto al abrigo de lo irracional sino cruzada por lo irracional y definida sólo por un cierto tipo de relaciones entre factores irracionales. En el fondo de toda razón hay delirio y deriva. En el capitalismo todo es racional excepto el capital o el capitalismo. Un mecanismo bursátil es algo perfectamente racional, se lo puede comprender y aprender, los capitalistas saben utilizarlo, y no obstante es completamente delirante, es demente. En este sentido decimos: lo racional es siempre la racionalidad de un irracional. Hay una cosa en el Capital de Marx a la que no se ha prestado suficiente atención: hasta qué punto Marx está fascinado por los mecanismos capitalistas, precisamente porque son a la vez dementes y funcionan la mar de bien. ¿Entonces, qué es lo racional en una sociedad? Es (estando los intereses definidos en el marco de esta sociedad) el modo cómo la gente los persigue o persigue su realización. Pero ahí debajo hay deseos, hay inversiones de deseos que no se confunden con las inversiones de interés, y de las cuales dependen los intereses para su determinación y su propia distribución: un enorme flujo, toda clase de flujos libidinosoinconscientes que constituyen el delirio de esta sociedad. La verdadera historia es la historia del deseo. Un capitalista o un tecnócrata actuales no desean de la misma manera que un tratante de esclavos o un funcionario del antiguo imperio chino. Que en una sociedad la gente desee la represión para los demás y para ellos mismos; que siempre haya gente que quiera jorobar a otra, y que tengan la posibilidad de hacerlo, el “derecho” de hacerlo, todo esto es lo que pone de manifiesto el problema de un lazo profundo entre el deseo libidinoso y el campo social. Amor “desinteresado” por la maquinaria opresiva: Nietzsche dijo muchas cosas interesantes sobre este permanente triunfo de los esclavos, sobre la manera como los amargados, los deprimidos, los débiles nos imponen su manera de vivir.

 

Fuente: Conversaciones con los radicales. Gilles Deleuze y Félix Guattari.

 

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