Todas las utopías que conocemos se basan en la existencia de fines objetivamente verdaderos que pueden descubrirse...
Todas las utopías que conocemos se basan en la existencia de fines objetivamente verdaderos que pueden descubrirse y que son armónicos, verdaderos para todos los hombres y todos los tiempos y lugares. Esto es aplicable a todas las ciudades ideales, desde la República de Platón y sus leyes, y la comunidad mundial anarquista de Zenón y la ciudad del sol de Iámbulo, a las utopías de Tomás Moro y Campanella, Bacon y Harrington y Fénelon. Las sociedades comunistas de Mably y Morelly, el capitalismo de Estado de Saint-Simon, los falansterios de Fourier, las diversas combinaciones de anarquismo y colectivismo de Owen y Godwin, Cabet, William Morris y Chernishevski, Bellamy, Hertzka y otros (no faltan ni mucho menos en el siglo XIX), se apoyan en los tres pilares del optimismo social de Occidente a que me he referido: que los problemas básicos (los
massimi problemi ) de los hombres son, en el fondo, los mismos a lo largo de la historia; que se pueden resolver por principio; y que las soluciones forman un conjunto armónico. El hombre tiene intereses permanentes cuyo carácter puede determinar el método adecuado. Estos intereses pueden discrepar de los fines que los hombres persiguen realmente, o creen perseguir, lo cual puede deberse a ceguera espiritual o intelectual o pereza, o las maquinaciones sin escrúpulos de bribones egoístas (reyes, sacerdotes, aventureros, escaladores de todo género) que arrojan polvo a los ojos de los necios y en último término a los suyos propios. Estas falsas ilusiones pueden deberse también a la influencia destructiva de organizaciones sociales (jerarquías tradicionales, la división del trabajo, el sistema capitalista) o también a factores impersonales, naturales o consecuencia involuntaria de la naturaleza humana, a los que es posible oponerse y que es posible eliminar. Desde el momento en que pueden aclararse los verdaderos intereses de los hombres, las pretensiones que expresan pueden satisfacerse mediante organizaciones sociales apoyadas en las instrucciones morales correctas, que utilizan el progreso técnico o, en caso contrario, lo rechazan para volver a la sencillez idílica de los primeros tiempos de la humanidad, un paraíso que los hombres han abandonado o una edad de oro aún por llegar. A estos pensadores, desde Bacon hasta el presente, les ha inspirado la certeza de que tiene que existir una solución total: que en la consumación de los tiempos, ya sea por voluntad de Dios o por el esfuerzo humano, se pondrá fin al reino del irracionalismo, la injusticia y la desgracia; los hombres serán liberados y no serán ya juguete de fuerzas que escapan a su control, a merced de la naturaleza salvaje o de las consecuencias de su propia ignorancia o necedad o maldad; y esta primavera de las cosas humanas llegará en cuanto se superen los obstáculos, naturales y humanos, entonces los hombres dejarán al fin de luchar entre sí, unirán sus fuerzas y cooperarán para adaptar la naturaleza a sus necesidades (como han propugnado los grandes pensadores materialistas desde Epicuro a Marx) o sus necesidades a la naturaleza (como les han instado a hacer los estoicos y los ecologistas modernos). Se trata de un terreno común a las diversas variedades de optimismo revolucionario y reformista, desde Bacon a Condorcet, desde el manifiesto comunista a los modernos tecnócratas, comunistas, anarquistas y buscadores de sociedades alternativas.
Fuente: El fuste torcido de la humanidad. Isaiah Berlin. Edicions 62. Barcelona. 1992.
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