Un uso más significativo de las palabras que potencialmente podría mejorar nuestras vidas es el perdido arte de la conversación...

Un uso más significativo de las palabras que potencialmente podría mejorar nuestras vidas es el perdido arte de la conversación. Las ideologías utilitarias en los dos últimos siglos nos han convencido de que el propósito principal de hablar es transmitir información útil. Así, ahora valoramos la comunicación que transmite conocimientos prácticos y consideramos cualquier otra cosa un vano derroche de tiempo. Como resultado, la gente ha llegado a ser casi incapaz de conversar más allá de los temas estrechos de interés inmediato y especializado. Pocos de nosotros podemos aún comprender el entusiasmo del califa Alí Ben Alí, quien escribió: “una conversación sutil es como el Jardín del Edén”. Es una lástima, porque podría argumentarse que la función principal de la conversación no es conseguir realizar cosas sino mejorar la calidad de la experiencia.

Peter Berger y Thomas Luckmann, los influyentes sociólogos fenomenológicos, han escrito que nuestro sentido del universo en el que vivimos se mantiene unido mediante la conversación. Cuando digo al conocido con quien me encuentro por la mañana, “Bonito día”, no transmito primariamente información metereológica -que sería redundante de cualquier manera, puesto que él tiene los mismos datos que yo- sino que logro una gran variedad de otras metas no expresadas. Por ejemplo, al dirigirme a él reconozco su existencia y expreso mi consentimiento para ser amigos. Segundo, reafirmo una de las reglas básicas para la interacción en nuestra cultura, que consiste en que hablar sobre el tiempo es una manera segura de establecer contacto entre las personas. Finalmente, al enfatizar que el tiempo es “bonito” implico el valor compartido de que “lo bonito” es un atributo deseable. Así el comentario se convierte en un mensaje que ayuda a ordenar los contenidos de la mente de mi conocido en su orden acostumbrado. Su respuesta de “Sí, qué bien, ¿verdad?” ayuda a mantener el orden en el mío. Sin estas constantes reafirmaciones de lo obvio, Berger y Luckmann dicen que la gente pronto comenzaría a tener dudas sobre la realidad del mundo en que viven. Las frases obvias que nos intercambiamos, la charla trivial de la televisión y la radio, nos convencen de que todo va bien, de que las condiciones usuales de existencia predominan.

 

Fuente: Fluir. Mihaly Csikszentmihalyi. Editorial Kairós. Barcelona. 1997.

 

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