Uno de los aspectos sorprendentes del desarrollo de la economía moderna es saber cuánto tiempo se tardó en darle importancia a las finanzas. Los mercados bursátiles han existido desde la época romana, en la que las empresas autorizadas por el Estado, conocidas como publicani, que llevaban a cabo muchas de las funciones del imperio –recaudar impuestos, construir templos y dragar ríos- emitían acciones (partes) y bonos. Sin embargo, no fue hasta los años sesenta y setenta cuando el estudio de los mercados financieros comenzó a integrarse en el resto de la economía. Este lento avance se puede explicar en parte por el hecho de que el sector financiero era mucho más pequeño que en la actualidad. Hasta el desarrollo de los fondos de inversión y los planes 401(k), Wall Street y la City de Londres fueron en gran medida un dominio de ricos, jugadores y ladrones. Los economistas solían compartir la visión del ciudadano de a pie, según el cual, los mercados financieros simplemente no eran muy importantes. Lo que determinaba la prosperidad de un país era la eficacia con la que movilizaba sus recursos naturales, los compromisos que adquiría para formar a sus trabajadores y los frutos de sus inversiones en ciencia y tecnología. El sistema financiero era meramente un “velo” que cubría la economía real. Los monetaristas y los keynesianos compartían por igual esta forma de ver las cosas. En el modelo de manual estándar en el que se basaban muchos políticos, todo el sector financiero estaba subsumido en una ecuación.
A la hora de analizar cómo los cambios en las políticas afectan a la economía de un trimestre a otro, este abandono de las finanzas era una simplificación justificable. Contar con una perspectiva más a largo plazo no tenía mucho sentido. El desarrollo económico es un proceso de acumulación de capital y los mercados financieros desempeñan un papel fundamental a la hora de distribuir el capital de inversión entre proyectos en competencia. A riesgo de utilizar una metáfora de sobra conocida, los mercados financieros son el procesador central del sistema de telecomunicaciones de Hayek. Toman información sobre las posibilidades futuras de cada una de las compañías y de la economía en general, y sacan a la luz precios de acciones, bonos y otros activos financieros. Si los mercados financieros funcionan correctamente, contribuyen a que la economía prospere; si no consiguen proporcionar financiación para proyectos de capital que merezcan la pena, si desvían dinero hacia objetos sin ningún valor propios de burbujas especulativas y modas pasajeras, son un obstáculo para la economía.
Fuente: Por qué quiebran los mercados. John Cassidy. RBA Libros. Barcelona. 2010.