Vale la pena detenerse a analizar -para comprender el pasado más próximo a nosotros-...
Vale la pena detenerse a analizar -para comprender el pasado más próximo a nosotros- el proceso evolutivo del núcleo social que ha configurado la presente estructura social y económica. Y al hacerlo, es necesario, también, señalar el papel que en esta tarea ejerce, junto al burgués propiamente dicho, el intelectual y el hombre de ideas. Pasando por alto el estudio de la oscilación de los estamentos burgueses, desde una función fuertemente monárquica hasta una actitud revolucionaria, individualista frente el absolutismo absorbente de la monarquía -la Fronde en Francia, guerras en Cataluña y Portugal en la Península, revoluciones holandesa e inglesa- (1640-1650), pienso que vale la pena dedicar una especial atención a los acontecimientos del siglo XVIII. Durante el período ilustrado, se produce un fenómeno de carácter ideológico bastante importante: el de la confianza en el poder adquirido por el hombre de la Ilustración sobre los elementos naturales. Sucede que, en aparente contradicción, los mismos hombres que están reaccionando contra idealismos más o menos místicos de otras épocas y que son capaces de no comprometer la alegría de su presente acomodado -garantizado por las especulaciones mercantiles y navales, así como por el tráfico colonial-, embarcándose en maniobras más o menos inciertas sobre el futuro, no pueden dejar de sustraerse a la atracción de los proyectos, que invitaban a crear el valor concreto de los progresos materiales conseguidos, y del entusiasmo motivado por una serie de avances científicos, que les proporcionaba la sensación de haber encontrado un nuevo poder humano para dominar la naturaleza.
En este proceso de formación de la moderna mentalidad burguesa, es necesario tener en cuenta, como muy bien señala Charles Morazé, que esta confianza nace en un momento de debilitación del espíritu religioso. Y, ciertamente, el mencionado autor, es un intento de explicación de cómo y porqué nace una nueva mística del hombre y de la ciencia, pasa a demostrar que la máquina ejerce, en este cambio de mentalidad, un papel de importancia capital.
Veamos cómo analiza Morazé este proceso transformador del maquinismo: “Como la máquina cuesta dinero y, además, produce con rapidez, fue necesario aumentar el capital circulante y, consiguientemente, la cifra de negocios de la empresa. El manufacturante se veía obligado a comprar y vender más, y se hizo preciso, por tanto, que fuera rico”. Realizando este proceso de creación de riqueza, el maquinismo provoca pues, muy directamente, la Revolución Industrial, y con ella nacieron los directores de una situación económica: “El comerciante, sobre todo, por el hecho de ser el dueño del mercado y el árbitro de su extensión, dominó, poco a poco, el conjunto de la actividad económica”. El proceso fue lento y laborioso. En algunos aspectos, casi imperceptible. Pero fue transformando y revolucionando. Y lo hizo hasta tal punto que dio paso a una nueva estructura, que es la que todavía rige en nuestro mundo. Un resumen apasionado de este proceso lo podemos encontrar en una de las principales obras de Gabriel Ardant, y -de forma muy relacionada con el plan de estudio histórico que realiza este autor- también lo podemos hallar en una obra básica, “L’Europe sans rivages”, de François Perroux. Lo cierto es que del análisis de las situaciones y los hechos se desprende de que los nuevos empresarios dominaron la situación de tal manera que muy pronto este antiguo comerciante resulta ser un buen empresario, situado en una coyuntura decisiva.
Fuente: Occidente: mito y realidad. Antoni Jutglar. Editorial Fontanella. Barcelona. 1963.
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