Warren Buffett tenía un socio mordaz, Charlie Munger, a quien era evidente que le preocupaba mucho menos que a Buffett si le gustaba o no a la gente...

Warren Buffett tenía un socio mordaz, Charlie Munger, a quien era evidente que le preocupaba mucho menos que a Buffett si le gustaba o no a la gente. En 1995, Munger había dado una conferencia en la Escuela de Negocios de Harvard titulada “La psicología del error de juicio humano”. Si uno quería predecir cómo iba a comportarse la gente, decía Munger, solo tenía que observar sus incentivos. FedEx no podía conseguir que su turno de noche terminara a tiempo; probaron de todo para acelerarlo, pero nada funcionó… hasta que dejaron de pagar a los trabajadores del turno de noche por horas y empezaron a pagarles por turno completo. Xerox creó una máquina nueva y mejor y se encontró con que se vendía menos que los modelos inferiores más antiguos… hasta que se dieron cuenta de que los vendedores se llevaban más comisión por vender los modelos antiguos. “Bueno, uno puede decir: «Eso lo sabe todo el mundo» –explicaba Munger-. Pero yo creo que toda mi vida he formado parte del 5 por ciento de mi generación que mejor ha entendido el poder de los incentivos, y sin embargo toda mi vida lo he subestimado. Y no pasa un solo año sin que tenga alguna sorpresa que suba un poco más mi listón.”

Los comentarios de Munger expresaban mucho de lo que Mike Burry creía también sobre los mercados y la gente que los integraba. “Leí aquel discurso y me dije: Estoy de acuerdo con todas y cada una de sus palabras –explicaba Burry, y añadía-: Munger también tiene un ojo artificial.” Burry tenía su propio punto de vista sobre ese mismo tema, derivado del tiempo que había dedicado a la medicina. Incluso en situaciones de vida o muerte, los médicos, las enfermeras y los pacientes respondían todos ellos a los malos incentivos. En los hospitales donde, por ejemplo, los honorarios por las apendicectomías eran más elevados, los cirujanos quitaban más apéndices. La evolución de la cirugía ocular era otro gran ejemplo. En la década de 1990, los oftalmólogos basaban su carrera en operar cataratas. Tardaban media hora o menos, y sin embargo el Estado, a través del programa de salud pública Medicare, les pagaba 1.700 dólares por ojo. A finales de dicha década, Medicare recortó los honorarios a unos 450 dólares por operación, por lo que los ingresos de los oftalmólogos dedicados a la cirugía disminuyeron. Entonces, en Estados Unidos, los oftalmólogos redescubrieron un oscuro y aventurado procedimiento denominado queratotomía radial, y la cirugía correctora de pequeños defectos de visión experimentó un auge. El procedimiento, insuficientemente estudiado, se comercializó como una cura para los problemas asociados a llevar lentes de contacto. “En realidad –cuenta Burry-, el incentivo era mantener sus elevados ingresos, a menudo de uno a dos millones de dólares, y luego se inventó una justificación. El sector se apresuró a encontrar algo menos peligroso que la queratotomía radial, y a la larga nació el Lasik.”

 

Fuente: La gran apuesta. Michael Lewis. Random House Mondadori. Barcelona.2013.

 

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