EL FUTURO ECONÓMICO DE CATALUNYA

Focus: Economía
Fecha: 11/11/2021

En una economía de mercado, como es la nuestra, resulta razonable que en los foros económicos profesionales se debata sobre su futuro, como han hecho recientemente un nutrido y selecto grupo de economistas en el Col·legi d’Economistes  de Catalunya.

Algunos colegas y personas afines me han pedido una opinión sobre este tema, y ante su insistencia y desde el más profundo escepticismo me atreveré a expresar mi punto de vista, construido sobre la base de algo más de medio siglo dedicado a dirigir empresas privadas industriales, comerciales y de servicios.

 

1.Una reflexión personal

A mediados de los setenta del siglo pasado tuve la oportunidad de vivir directamente la ruptura epistemológica en el plano económico entre los “años dorados” del capitalismo surgido tras la II Guerra Mundial (1946-1973) y el nuevo paradigma producido tras las guerras entre Israel y los países árabes, en las que los países occidentales se pusieron al lado del Estado judío. La respuesta árabe fue directa y contundente: aumentaron súbitamente y de forma importante el precio del crudo de petróleo y empezaron a bloquear el suministro a los países que se habían destacado posicionalmente en su contra. Esto ocurrió en octubre de 1973, cuando el mundo económico todavía sufría el impacto del abandono por parte de Estados Unidos del patrón oro, la devaluación del dólar, la flotación del resto de divisas y el progresivo desmoronamiento de los patrones construidos por John Maynard Keynes y Harry Dexter White en Bretton Woods en 1944.

En mi condición de director de planificación estratégica de una corporación industrial química con vocación global mantenía un estrecho contacto con mis colegas internacionales del sector, pues en el Estado español eran escasísimos los ejecutivos con este tipo de responsabilidad, ni en la industria química ni en ninguna otra. Acudía a los congresos, conversaba, me documentaba, aprendía nuevas técnicas e instrumentos de análisis.

Y si cuento esto es porque aprecié un cambio radical en la visión de futuro que tenían las grandes corporaciones industriales. E insisto en su condición de industriales porque ante los continuos avances tecnológicos, este tipo de empresas tenían que destinar importantes recursos a nuevas inversiones, cuyas amortizaciones a largo plazo exigían rigurosos estudios de viabilidad.

Esos foros se hacían cada dos años y voy a referirme únicamente a los celebrados en 1976 (Cleveland) y 1980 (Londres) para apreciar el contraste.

En 1976 las empresas que presentaron públicamente sus proyectos operaban todavía con el formato tradicional, que podría expresarse con la sentencia de que “el futuro es la extrapolación del pasado”. Todavía hoy, casi cincuenta años más tarde, hay muchas empresas que preparan lo que ellos llaman “presupuestos” del próximo año basándose en los resultados estimados del corriente, lo que conceptualmente es un error notable. Pero en el 76 los horizontes proyectados eran a cinco o diez años. Era razonable actuar así cuando la estadística nos decía que el PIB de Estados Unidos, entre 1959 y 1973, había crecido un 3% anual en términos acumulativos. Además las empresas industriales financiaban sus grandes inversiones con dinero ajeno y la banca exigía un horizonte lo suficientemente largo como para recuperar el capital. Todo era teórico, pero así se había ido funcionando durante muchos años.

En 1980, apenas cuatro años más tarde, la atmósfera del congreso era muy distinta a la placidez Wasp que habíamos gozado a las orillas del lago Erie. Los economistas habían tirado a Keynes por la borda y Friedman y sus “Chicago boys” empezaban a ganar notoriedad. Los Estados pararon  las inversiones públicas y redujeron los gastos sociales. Había que estabilizar la oferta monetaria y apareció un nuevo fenómeno (la estanflación), una peligrosa combinación de estancamiento e inflación. En este entorno, el sector privado dio un cambio brusco de timón. Los horizontes se acortaron. La única certeza respecto al futuro era que el nivel de incertidumbre era total. Algunos ya anticipaban el segundo shock-oil, que desgraciadamente se produjo un año más tarde. La mejor lectura del estado de la situación fue la respuesta en un debate del que entonces era presidente ejecutivo de ICI (Sir Harvey Jones), representante de una de las corporaciones químicas más importantes del mundo. Ante la pregunta sobre qué planes tenía ICI (Imperial Chemical Industries) sobre el futuro, Jones respondió socarronamente que su empresa había estrechado los términos y que más allá de dos años todo era oscuro.

Y aquella lectura no ha perdido actualidad sino que ha ido a más. Hablar de futuro en términos de previsión es un ejercicio inútil. Nadie previó la caída del Muro de Berlín, ni el estallido de la burbuja de las “punto.com”, ni la crisis financiera de las “subprime”, ni la desaparición de Lehman Brothers, ni la pandemia del Covid19. Cuando Nassim Taleb nos describió la figura del “cisne negro” (un hecho insólito y repentino causante de un gran impacto), no creo que imaginara que los cisnes negros se multiplicarían. Y se han multiplicado.

 

2.Una reflexión metodológica

Técnicamente y cuando se hacen proyecciones de futuro hay una cierta confusión en el empleo de términos. En las organizaciones internacionales y en el mundo académico se utiliza el término “previsión”, que es el resultado de manejar un conjunto de variables y alcanzar un pronóstico de lo que puede suceder, siempre que se cumplan las hipótesis sobre esas variables. Es una lectura propia de funcionarios bien remunerados que cuentan con los equipos necesarios para hacer este ejercicio.

En las empresas bien dirigidas del sector privado (que son pocas), el enfoque es distinto. En una primera etapa se sigue el camino trazado por el colectivo anterior, lo que genera distintos “escenarios”, en función de las hipótesis más relevantes. Y entonces empieza el trabajo serio, que supone “planificar” el futuro deseado. No se hace “previsión” sino “planificación”. Y este último concepto incluye la voluntad humana para “crear el futuro”. En la cultura anglosajona hay un dicho nuclear: “Nada sucede en la vida a menos que tú lo hagas suceder”. En el proceso planificador se trabaja con cuatro entornos que actúan concéntricamente: el general, el sectorial, el competitivo y el de mercado. Es un proceso duro que exige esfuerzo y conocimiento. La planificación es proactiva; la previsión es pasiva. La planificación integra planes de acción con asignación de objetivos, responsables, tareas, recursos y control. La previsión hace una lectura contable de la vida; cuadra cuentas. Burocracia pura y dura. La planificación baja a planta, contrasta los hechos, asume riesgos. La previsión es un trabajo de supercomputadoras.

 

3.El futuro económico de Catalunya. I

La OCDE, el Banco Mundial, los servicios de estudios de distintas instituciones financieras y un largo etcétera de organizaciones hacen previsiones sobre el futuro económico del mundo, de la Unión Europea, del Estado español, de Catalunya y de lo que usted quiera. A medida que pasa el tiempo las van ajustando según los últimos resultados. Los medios de comunicación se hacen eco de tales previsiones/predicciones como si fueran el Santo Grial, en parte porque no las saben interpretar y en parte porque surfean sobre las noticias frívolamente. En el caso del Estado español, los gobiernos de funcionarios se suceden unos a otros, por lo que ya se sienten cómodos con estas figuraciones matemáticas. Se refugian en algunas cifras macro (el crecimiento del PIB, la tasa de desempleo, la tasa de inflación) y no entran en un análisis cualitativo porque son incapaces de hacerlo.

 

4.El futuro económico de Catalunya. II

Cuando trabajamos sobre Catalunya y su futuro solo podemos operar con dos hipótesis que concretan los espacios a definir: Catalunya como parte del Estado español y Catalunya como Estado independiente. El resto de escenarios no son creíbles. Casi todos los análisis que se hacen sobre este tema cuentan con el marchamo “oficial”; son previsiones que dan por sentado que Catalunya forma parte del Estado español. Estas previsiones se refugian de nuevo en los datos macro (PIB, inflación, desempleo), pero no cambian lo sustancial: el volumen del déficit fiscal, la baja inversión en infraestructuras públicas, el control del acceso al mercado de capitales, el mantenimiento de los oligopolios energético, bancario y de otros suministros básicos, la intromisión de órganos administrativos centrales, etc. Hacen una lectura sincrónica de Catalunya: 7,7 millones de habitantes; 32.000 kms. cuadrados; un 14% de desempleo; un PIB per cápita de 28.800 euros; líderes del Estado en exports e imports; un 20% del PIB del Estado. Una foto fija muy mona que va perdiendo brillo.

Y todo esto no es nuevo. Fijémonos en los antecedentes:

 

Si imaginamos Catalunya como una empresa (ejercicio que ya llevé a cabo en mi libro “Catalunya, a la independència per la butxaca”), nos daremos cuenta del sinsentido de todo ello. La cuenta de resultados antes de la “mordida” del Estado central da beneficios. Somos rentables. Pero después de su intervención, generamos pérdidas y reducimos nuestro valor patrimonial. Resumiendo: no se puede prosperar cuando se tiene al Estado en contra. Mi posición es clara: como parte del Estado español, el futuro económico de Catalunya es less than zero”.

 

5.El futuro económico de Catalunya como Estado independiente

Es por ello que vamos a trabajar sobre la única hipótesis que nos parece viable económicamente: Catalunya, como Estado independiente. Y empezaremos por el análisis del entorno general, que se nos presenta complejo y enmarañado. Los entornos sectorial, competitivo y de mercado son específicos de cada empresa y no podemos utilizarlos para una nación. Veamos algunos inputs:

Hay muchos más inputs, pero con estos ya tenemos un retrato de lo que ocurre ahí afuera.

 

6.So what ?

 

7.La economía catalana como telón de fondo

Hasta aquí nos hemos limitado a hacer un retrato de como visualizamos el futuro de la economía en una Catalunya independiente, poniendo como contraste la foto fija de la economía en una Catalunya autonómica. Somos conscientes de que todo ello exige una ruptura política con el Estado y esto no es tarea fácil. El aparato represivo organizado por los partidos dinásticos sigue su marcha con todos los medios a su alcance. Tampoco creemos que muchos de los líderes que se autodefinen como independentistas tengan la capacidad y el coraje para manejar este contencioso. Hay que tener en cuenta además  –como dice irónicamente Xavier Roig–  que tenemos al enemigo en casa, a la puerta de al lado. Y lo tenemos por la derecha, representada por esos falsos empresarios que dirigen antiguas empresas públicas hoy privatizadas o empresas reguladas a través del BOE, y que se amontonan en las reuniones de Foment, y por la izquierda (los residuos de una izquierda que fue) representada por esos ciudadanos privilegiados que se mueven entre el populismo y el internacionalismo, sin saber que todo esto huele a rancio, y que declaran públicamente (como si esto fuera una novedad) su profunda y aprendida aversión al orden burgués. Todos ellos dan pena, bien apalancados, pero están ahí.

Ya lo dijo Antoni Rovira i Virgili hace un siglo: No es tracta que els polítics de Madrid ens governin bé; es tracta que deixin de governar-nos”. Si no se alcanza esta meta, la economía catalana irá deteriorándose y dará sentido a un gobierno de la Generalitat transformado en una gestoría administrativa de provincias, uno de los sueños húmedos más compartidos por la ciudadanía del Estado.

Alf Duran Corner

 

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