Focus: Sociedad
Fecha: 13/11/2023
Contemplando el espectáculo deprimente de la España canalla, con la chusma en la calle vomitando odio contra los catalanes (su deporte favorito) y en este caso, subsidiariamente, contra el señor Sánchez, por poner este último sus deseos de poder por delante de los intereses del nacionalismo español más rancio (o sea de la gran mayoría de los ciudadanos del país vecino), me he acordado de aquel aristócrata desclasado intelectualmente que respondía al nombre de Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu.
Y el recuerdo me ha sobrevenido porque la esencia de su teoría política (o al menos lo que ha quedado fijado en la historia de las ideas) es que el poder tiene tres estamentos diferenciados: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. De Secondat era un ilustrado pero cuando publicó su libro (“De l’esprit des lois”) (1748), Francia era una monarquía absoluta y Luis XV controlaba directa o indirectamente todos los resortes del poder. De hecho el barón tenía su mirada puesta en Inglaterra y la revolución de 1688, que puso al monarca bajo la tutela del parlamento, tanto en el control de los ingresos como en el de los gastos. El objetivo general era establecer contrapoderes para evitar monopolios y asignar a cada estamento un papel en el gobierno de la nación. Al inicio había cierta ambigüedad (ya que la cámara de los Lores hacía en Inglaterra de Tribunal Supremo), pero poco a poco se fueron perfilando las funciones, sobre todo en el mundo de cultura anglosajona.
Es evidente que en la corrala española esto no funciona así. Los componentes del sistema judicial, que los partidos dinásticos han utilizado a su antojo, se han subido al carro de la clase dominante y en lugar de limitarse a su trabajo inciden en la sociedad con declaraciones de todo tipo, como si fueran figuras mediáticas. Yo siempre había interpretado ingenuamente que las leyes procedían del legislativo y el poder judicial debía limitarse a aplicarlas. Ahora veo que no es así.
También creía que en las elecciones, en cualquiera de ellas, el partido que alcanzaba los votos necesarios para tener la mayoría, era el que tenía que gobernar. Pues de nuevo estaba equivocado, dado que si al partido opositor (no importa la marca) no le gusta el resultado, trata de deslegitimarlo a través de sus canales de influencia.
Otro de mis errores era creer que el papel de la milicia era defender las fronteras y mantenerse callado y sometido a la autoridad civil. Tampoco acerté (aunque en este caso ya tenía antecedentes directos), pues veo que asociaciones de policías y guardias civiles también opinan sobre hechos de naturaleza política que no son de su competencia. ¿Dónde está la tan cacareada disciplina militar?
Y fijémonos que toda esta movida es para calentar el ambiente, como si no lo estuviera suficiente. La chispa que provocó todo fue un programa político teórico que un candidato a presidente del gobierno (después de unas elecciones generales y tras el fracaso de un primer candidato), ha esbozado en líneas generales. Conviene repetir que estamos hablando de teoría, pues cualquiera de los proyectos de un futuro gobierno se tendrán que articular y aprobar en las cámaras supuestamente representativas. Y si se aprueban, se tendrán que ejecutar. Hasta ahora, todo es papel mojado.
Claro que si cerramos los ojos y respiramos hondo, nos vendrán a la memoria unos hechos que corroboran este estado de situación. Cuando murió el dictador (hace casi cincuenta años) se impuso un período llamado “transición democrática”, en el que el sujeto (“transición”) era correcto, pero el adjetivo (“democrático”) no lo era. Y no lo era, y no lo sigue siendo, porque ese período se construyó sin modificar en absoluto las estructuras del régimen franquista, estructuras que se han ido manteniendo de generación en generación. En otros países de ideología similar se hizo borrón y cuenta nueva (nunca del todo) y al menos se limitó la toxicidad. En España todo está viciado, desde la configuración de “la España de las autonomías” para esconder la pluralidad de naciones que integran el Estado, hasta el sistema fiscal – una aberración económica – donde unos contribuyentes son penados a perpetuidad por razones geopolíticas, en tanto que otros son subvencionados con intenciones electorales. Donde la ley electoral favorece a los partidos dinásticos en detrimento de otras opciones políticas. Donde el concepto de “Monarquía parlamentaria” se sustenta en una línea en la que el anterior monarca declaró “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”.
Hay que reconocer que las élites españolas han sabido vender con acierto la idea de que España es un país nuevo, ejemplarmente democrático. Pero todos sabemos que esto es un cuento chino, de antes de que Deng Xiaoping tomara las riendas de ese legendario país. Y a veces, no pueden controlar sus esfínteres y el hedor es nauseabundo. Como pasa ahora.
Y no es que yo defienda la posición del “bueno” en esta película de terror. Buenos y malos son ajenos a mi interés. Además, conozco su capacidad para intercambiar papeles. Son españoles orgullosos de serlo y esto me basta. Soy de los que piensa que los partidos independentistas catalanes y sus cabezas pensantes (se supone que lo son) no deberían estar presentes en una contienda que solo compete a los nacionalistas españoles. Pero como soy consciente de que estoy en minoría trataré de acercarme analíticamente al tema para tratar de comprenderlo mejor.
Para ello utilizaré una técnica que aprendí en la escuela de negocios de Stanford hace cuarenta años y que puede aplicarse a cualquier realidad. En este caso a una realidad política. Es la técnica de los círculos concéntricos. Se utiliza para estudiar la viabilidad de un proyecto empresarial y se parte del principio de que una empresa exitosa es aquella que es capaz de ajustarse a los cambios del entorno.
Y el entorno, ese entorno que nos circunda, tiene una cuádruple dimensión: un entorno general, un entorno sectorial, un entorno competitivo y un entorno de mercado.
Catalunya, como sujeto político, no vive en un espacio aislado. España tampoco. Todos los países están afectados por lo que ocurre en el entorno general y reciben impactos de naturaleza económica, social, política, geográfica, cultural, etc. Sería muy largo precisar el valor de esos impactos, que son constantes y cambiantes. Todos nos condicionan y algunos nos determinan. Afectan a nuestra realidad más próxima. Es lo que tiene la globalización. La guerra de Ucrania, la de Palestina, el enfrentamiento comercial y tecnológico entre los gobiernos chino y norteamericano, las dificultades de suministro de materias estratégicas, los impactos sobre el medio ambiente, el endeudamiento público y privado, el desarrollo de la Inteligencia Artificial, los cambios en las fuentes de energía, etc. Este primer círculo actúa como limitador y presiona hacia dentro, pues los círculos concéntricos son centrípetos.
El segundo entorno es el sectorial, en este caso de naturaleza geopolítica. Estamos en Europa y estamos en el sur de Europa. Catalunya forma parte del Estado español. El Estado español es miembro de la Unión Europea y de la Eurozona. La Unión Europea es un club de Estados, que goza de una estructura propia muy abultada con poderes poco vinculantes que pagan los socios en función de su peso económico. Hasta finales del XIX Europa fue el centro del universo. Ahora ya no lo es. Los gobiernos de los miembros de la Unión Europea actúan estrictamente según las instrucciones que emanan de Washington. Son, somos, países satélites. El centro del mundo se desplaza cada vez más hacia el sudeste asiático. El Reino Unido se salió de la Unión Europea porque prefirió depender directamente de sus primos (los americanos) que de una burocracia europea caduca. Está pagando esa cuota de libertad pero saldrá adelante. Como lo harán los países con buenos fundamentos económicos (como Suiza o Noruega) que van por libre. España forma parte de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). Es un país muy endeudado y parte de esta deuda está en el balance del Banco Central Europeo. Los países centroeuropeos son acreedores y los del sur deudores. El BCE es responsable de la política monetaria de los miembros de la Eurozona y por las razones citadas tiene un gran poder sobre el día a día de la economía española. Catalunya, que es contribuyente neto a la Unión Europea, nunca encontrará aliados en este entorno. Gozará de la comprensión de algunos, pero nada más. No se debe perder el tiempo llamando a esas puertas.
El tercer entorno - el competitivo - es el más estrecho y donde encontramos a los principales agentes. El más destacado de todos ellos es la capital del Estado. La ubicación de Madrid ha condicionado siempre la viabilidad del conjunto. Geoestratégicamente Madrid es un error. Si la capital del Estado hubiera sido situada en cualquier población de la periferia (junto al mar) la explotación de recursos se habría maximizado. Empezó siendo una ciudad en torno al rey y la corte, con una amplia base de siervos, para acabar constituyendo un gran centro de consumo. Todas las infraestructuras del Estado parten de ese centro geométrico, sin importar su viabilidad. Madrid es la capital de un Estado colonial sin colonias, pero que quiere mantener su aparato burocrático como si las tuviera. De ahí el peso de los funcionarios. En cuanto a la evolución sociológica de la corte y sus privilegios, ha derivado hacia un capitalismo especulativo que drena rentas a todo el mundo. Es lógico que el capitalismo financiero español (con escaso peso en el mercado mundial) esté centrado en Madrid. Los más listos de las provincias que conforman la gran Castilla se van a Madrid porque saben que allí pueden prosperar. Así se forma la “España vaciada”.
Un segundo agente es Euzkadi y Navarra, que gozan de unos privilegios notables en materia económica, política y social. Se basan en unos foros, pero esto es anecdótico. Lo cierto es que fiscalmente son independientes (se quedan los impuestos que pagan sus ciudadanos, sus empresas y sus instituciones) y ceden una cuota mínima (que negocian siempre a la baja) para algunos gastos superfluos del Estado. Este régimen foral (el llamado “concierto” en el caso vasco) es tremendamente beneficioso para sus ciudadanos y tendría sentido en un Estado federal o confederal. Pero España no lo es.
El tercer agente es Catalunya, que en términos macroeconómicos tiene buenos fundamentos y que ha sabido reorientar su política comercial. La antes llamada fábrica de España tenía en el territorio un mercado casi cautivo. Y este modelo de cliente principal no funciona nunca, como nos recordaba Pareto. Con la apertura de fronteras, la industria tuvo que moverse con rapidez y aceptar que el mercado era el mundo. De ahí el gran peso actual de la exportación catalana sobre el conjunto del Estado y la paulatina disminución de las ventas al mercado español. Si sumas las ventas al mercado interior (Catalunya) a las que van a mercados exteriores, no bajas del setenta o setenta y cinco por ciento (según el sector). ¿Cuál es entonces el problema de Catalunya? Que el Estado le drena sistemáticamente una parte de los recursos que genera. Por cada euro de recaudación se quedan cuarenta y cinco céntimos y nos devuelven cincuenta y cinco. Y esto lo hace el Estado a través del ministerio de Hacienda desde el inicio de la tramposa “transición”. Cuando tras la derrota de 1714 se abolieron las Constituciones catalanas y se liquidó el sistema fiscal existente, el Estado borbónico impuso su ley y empezó el pillaje sistemático. Ese pillaje se ha ido renovando durante más de trescientos años. Y el Estado español jamás permitirá que se recuperen las Constituciones (como hizo con los fueros) porque sin la aportación catalana el Estado no podría jugar en la misma liga que juega y esta hipótesis les aterroriza. Por si no es suficiente con esto (el 8 - 8,5% del PIB es el Déficit Fiscal anual estimado, sobre un PIB de 270.000 millones de euros) y dado que el gobierno autonómico de la Generalitat tiene más gastos que ingresos, el Estado le concede créditos (a devolver) con parte del dinero que antes se ha quedado. Esta increíble situación podría formar parte del teatro del absurdo. Y ahí está.
El cuarto entorno – el que nos ocupa - es el del mercado. Es lo que está ocurriendo aquí y ahora. Es lo que los partidos políticos, sus líderes, sus militantes, sus simpatizantes y toda la coral que los rodea están llevando a término en esta atmósfera áspera y desagradable. Si he descrito previamente los otros tres entornos es porque si no se tiene en cuenta todo ello, cualquier diagnóstico será de vuelo gallináceo.
Empezaremos por un relato de los hechos más cercanos:
Éste es a mí entender el escenario actual. El resto es cháchara. Cómo decimos en el mundo empresarial, la clave es definir “en qué negocio estamos”. Solo cabe actuar en consecuencia. Ya vemos que Montesquieu es una referencia perdida en los libros de historia, pero mi impresión personal es que de forma inesperada se han abierto nuevas oportunidades. O como diría mi admirado Nassim Taleb, parece que asoma en la distancia un cisne negro. ¿Lo sabremos aprovechar?