Focus: Sociedad
Fecha: 14/02/2022
La clase política catalana, en lugar de centrarse en el objetivo prioritario de independizarse del Estado español (que para eso fue votada por la mayoría independentista), se ha dedicado en los últimos años a perder el tiempo miserablemente en dos proyectos inútiles: la ampliación del aeropuerto del Prat (rebautizado por los ocupantes como aeropuerto Tarradellas) y el envite por la candidatura de los Juegos Olímpicos de Invierno (Pirineos-Barcelona 2030), que sería una forma de destinar dinero público para beneficio de intereses privados.
En ambos casos ha intervenido (vía intromisión) el Estado profundo, a través de AENA en el aeropuerto (en cuyo consejo de administración encontramos curiosamente al señor Hereu, político socialista padre en el 2010 del invento de las olimpiadas blancas) y en el tema olímpico a través del Comité Olímpico Español, que preside el señor Alejandro Blanco, un curioso personaje representante de la burocracia madrileña, reelegido recientemente para el cargo.
En sus primeras declaraciones públicas, ese ciudadano ha manifestado: “Madrid no puede olvidar el sueño olímpico; es la ciudad más preparada del mundo. Unimos el gran nivel deportivo, organizativo, el de nuestros dirigentes y que más del noventa por ciento de la población quiere unos juegos. Nos deben unos Juegos Olímpicos”. El retrato está hecho; hay poco que añadir. Luego el señor Blanco, con el debido respaldo del presidente del gobierno del Estado señor Sánchez, ha visitado al locuaz señor Lambán, presidente de la Comunidad de Aragón, para solidarizarse en un proyecto conjunto Aragón-Cataluña (con ñ), bajo la rojigualda. Solo falta indicar que el proyecto cuenta con el apoyo entusiasta de las élites económicas catalanas vinculadas al Antiguo Régimen, con Foment del Treball y su presidente señor Sánchez Llibre a la cabeza.
Cuando veo estos tinglados, me acuerdo de uno de los consejos de mi santa madre: “Hijo, evita las malas compañías”.
Los medios de comunicación, tanto los españoles como los catalanes, tanto los públicos como los privados, han hecho un acercamiento al tema de naturaleza descriptiva, sin entrar en otro tipo de consideraciones. Unos porque están a sueldo de los lobbies y otros porque son incapaces de ir más allá de lo que aflora a la superficie. De forma conjunta están a favor, aunque no sepan por qué.
Al otro lado de la barrera (con un NO posicional) está un grupo limitado de personas vinculadas al territorio y al deporte de montaña, junto a una serie de científicos que ponen el impacto sobre el medio ambiente como absoluta prioridad. Conocen la montaña, su climatología, su evolución. Saben lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en otras partes. Señalan, por ejemplo, que los actuales juegos de invierno de Beijing se están celebrando en la Reserva Nacional de Songshan, donde probablemente se producirá, después del evento, la progresiva desaparición de muchas especies, algunas de ellas irremplazables.
Un tercer agente de esta singular comedia es la masa poblacional del territorio, que en principio no se ve capacitada para discernir los pros y los contras del proyecto. Son fácilmente manipulables. Les venderán la moto.
Trataremos de acercarnos al tema desde la vertiente económica, tanto a corto como a medio plazo. Trabajar a largo es en la actualidad una entelequia. Y para ello acudiremos al origen renacido de los Juegos Olímpicos (un guiño a los de la Antigüedad que datan del siglo VIII a.C.), cuando en junio de 1894 el barón Pierre de Coubertin creó el Comité Olímpico Internacional. Coubertin, un aristócrata francés, historiador y pedagogo, imbuido de la doctrina del “cristianismo muscular”, que predicaba el gozo de la espiritualidad a través del deporte y la higiene, fue convenciendo paulatinamente a distintos líderes políticos y sociales para que le ayudaran en la creación de una organización universal en la que deportistas de distinto origen y condición compitieran hermanadamente para el bien de la sociedad. Y en marzo de 1896 se celebraron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la nueva era. Todo era ingenuo y sencillo. Lógicamente, sin ánimo de lucro.
Y esta historia funcionó con sus altibajos, sorteando dos guerras mundiales y la ambigüedad entre los campos del amateurismo y la profesionalidad. Al principio solo se celebraban juegos de verano y más tarde (en 1924) empezaron los de invierno. Se hacían conjuntamente, pero luego se espaciaron. En la actualidad cada dos años hay unos juegos olímpicos. Los países, y las ciudades en particular, se proponían como sedes olímpicas y el COI elegía en cada caso la opción que creía más oportuna. Aunque pueda parecer ahora retórico, se mantenía el “espíritu olímpico” original.
En la carta fundacional se dice que el olimpismo es “una filosofía de la vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”.
Visto lo que ocurre en la actualidad, este lírico texto parece la letra de un bolero caribeño. Demasiado bonito para ser verdad.
Contigo empezó todo
Coincidiendo con los juegos de Helsinki (1952) tomó el mando del COI Avery Brundage, un antiguo atleta norteamericano, de ideología racista y defensor a ultranza del amateurismo en el deporte. Hijo de familia obrera, Brundage se hizo a sí mismo, compaginando trabajo y estudio, hasta graduarse en ingeniería civil por la universidad de Illinois. Prosperó económicamente en negocios de construcción, hasta obtener una sustanciosa fortuna. Fue presidente del Comité Olímpico estadounidense y más tarde entró en el COI como miembro, para pasar luego a la presidencia. Brundage, que como deportista destacó como uno de los atletas más completos de su tiempo, nunca permitió ningún tipo de remuneración económica ligada al movimiento olímpico. Durante veinte años (1952-1972) impuso su ley, generando al final de su mandato un cierto descontento entre algunos miembros del COI. Uno de esos miembros era Juan Antonio Samaranch, que tras la corta presidencia del aristócrata británico Michael Morris, se hizo con el poder, transformando el COI en su cortijo particular. Juan Antonio Samaranch, que ocupó altos cargos políticos durante el régimen franquista, tuvo la suficiente habilidad como para convertirse en un demócrata de toda la vida y ser nombrado por el nuevo gobierno de Adolfo Suárez embajador español en Moscú en 1977. El lugar era propicio, ya que tres años después se celebrarían las olimpiadas de Moscú y Michael Morris prefería su retiro particular en la Cámara de los Lores que la presidencia del COI.
Samaranch era lo opuesto a Brundage, aunque en el campo ideológico estaban muy cerca (ver mi columna “La brigada del amanecer”. 07.05.2010 https://www.alfdurancorner.com/articulos/la-brigada-del-amanecer.html ). Lo que los distanciaba era que la apuesta del antiguo falangista para hacer del deporte una actividad remunerada estaba en las antípodas del amateurismo que defendía el americano. Con Samaranch el deporte se transformó en un negocio, un negocio muy rentable, aunque no para todo el mundo. Y el primero en liderar este cambio fue el propio COI. Y como Samaranch regentó el negocio durante veinte años (1980-2001), tuvo tiempo suficiente para transformar el COI en una multinacional. Había nacido Olympics, Inc.
Business is Business
Olympics, Inc., que algunos califican como “la franquicia más grande del mundo” y otros como “la máquina de hacer dinero más elegante del planeta”, vende su nombre y sus símbolos al mayor postor, siempre en divisa fuerte. Y como lo hace muy bien y lo comunica mejor, el público en general la percibe como alguna agencia vinculada a las Organización de las Naciones Unidas, como una ONG o “Médicos Sin Fronteras”. Pero la verdad es otra. Olympics, Inc. es una empresa privada (que como tal no cotiza en Bolsa), registrada en Suiza como sociedad sin ánimo de lucro, que goza de unos notables beneficios fiscales. Su condición jurídica le concede además un grado de opacidad inapreciable.
Su central operativa se halla situada en Lausanne, en un bello edificio inaugurado el 23 de junio del 2019 denominado Olympic House. Diseñado por el grupo de arquitectos 3XN, ha contado con el soporte financiero de algunos de los partners del COI (como Dow, Toyota y Panasonic) y tiene todas las certificaciones de sostenibilidad más exigentes. En el acto inaugural de la nueva sede estuvo presente el presidente de la Confederación Suiza. En Olympic House trabajan unas 700 personas, con un sueldo medio de 47.000 francos suizos, directivos aparte.
Y ya que nos hemos referido a algunos “partners”, podemos empezar a hablar de negocios. Samaranch puso en marcha desde el inicio de su mandato un programa con objeto de hallar patrocinadores para la causa. Contó para ello con empresas externas, aunque poco a poco algunos ejecutivos contratados se hicieron cargo del proyecto. Michael Payne fue el primer director de marketing de la organización y creó un programa de esponsorización a gran escala. De ahí surgieron los “Olympic Partners” que pagan centenares de millones de dólares cada año por tener el derecho exclusivo de utilizar los “símbolos” olímpicos. En la actualidad este exclusivo club está formado por Airbnb, Alibaba, Allianz, Atos, Bridgestone, Coca-Cola, Intel, Omega, Panasonic, P&G, Samsung, Toyota y Visa. Su aportación supone un 18% de los ingresos de la compañía.
Siendo importante la contribución de este grupo a los ingresos de Olympics, Inc., no es la que más destaca. La sociedad obtiene casi el 75% de sus ingresos de los derechos de transmisión de los eventos olímpicos. El proceso para llegar a ello fue algo complicado, sobre todo en Europa, ya que pretendían negociar con operadores de distintos países y no les funcionó. Al final cerraron el trato con Discovery Communications, que pagó 1.300 millones de dólares por los derechos europeos por cuatro años (2018-2024) y luego los revendió. Para América la operación bordeó la excelencia. Se llegó a un acuerdo con NBC Universal, un conglomerado mediático radicado en New York, que pagó 4.380 millones de dólares por los derechos televisivos de transmisión para el mercado americano para cuatro olimpiadas (2014-2020). El contrato se ha extendido hasta el año 2032 por un importe de 7.750 millones de dólares. En qué medida estos contratos resultan rentables para las cadenas americanas es algo que algunos analistas financieros se preguntan. Lo que es evidente es que son un gran negocio para Olympics, Inc. El resto de ingresos proceden de otro tipo de licencias de carácter local y algunos flecos de procedencia varia.
Los últimos datos económicos que se hicieron oficiales (2020) confirman la solidez y sostenibilidad financiera de Olympics. Sus activos totales suman 5.700 millones de dólares y solo el “cash” (efectivo), otros activos financieros y algunas cuentas a cobrar representan el 87% del total. La cuenta de resultados, de un año afectado por la pandemia, ofrece unos ingresos de 620 millones de dólares y un resultado de explotación próximo al 15%. Un negocio saludable.
¿Y qué hacen con este dinero, teniendo en cuenta que son una empresa sin ánimo de lucro? Pues parece que se ajustan a los valores del proyecto: destinar el 90% del resultado a promover el espíritu olímpico en todo el mundo adscrito al COI, a través de los Comités Nacionales, y quedarse el 10% para sus necesidades de gestión. Aceptando que el 2020 ha sido un mal año y que de los 93 millones del resultado de explotación solo han retenido el 10%, nos resulta llamativa su posición en balance, ya que solo en efectivo y en activos financieros tienen 2.300 millones de dólares. Bien es cierto que Olympics, Inc. puede hacer uso de estos fondos a conveniencia, aunque el “espíritu olímpico” nos parece un intangible muy difuso.
En cuanto a los Comités Nacionales, cuentan también con sus propios órganos de poder, equipos de gestión y patrocinadores locales, manejando el dinero que reciben del COI entre las distintas especialidades deportivas. En el fondo los comités nacionales reproducen el modelo del propio Comité Olímpico Internacional. Podemos considerar que son subsidiarias de la unidad central.
Los miembros de este club privado son 115, entre los que hay miembros de la realeza, altos ejecutivos empresariales, antiguos atletas olímpicos y algunos políticos en activo. En términos generales, gozan de una más que saludable situación económica.
Ganadores y perdedores
Vayamos ahora al otro lado de la barrera: las ciudades y países que aspiran a organizar unos juegos olímpicos, sean de verano o de invierno. ¿Qué deben hacer para proponerse? ¿Cuáles fueron los resultados conocidos de aquellas ciudades que fueron elegidas? ¿Qué conclusión podemos sacar?
La primera consideración es que apostar por ser elegido tiene un coste notable. Este coste puede variar entre 50 y 100 millones de dólares, en función de los asesores que se utilicen. Por ejemplo, Tokio gastó inútilmente 150 millones de dólares en su apuesta por albergar las olimpiadas del 2016, que fueron concedidas a Río de Janeiro. Tuvo más éxito al concurrir para las del 2020 (que le fueron otorgadas) gastando solo 75 millones en la fase previa. Chicago tuvo también que hacerse cargo de una factura de 100 millones por su apuesta fallida a las del 2016. La decisión definitiva es de los exclusivos miembros del COI, lo que puede llevar a las conocidas prácticas corruptas, como las ocurridas en Nagano (Olimpiadas de 1998), cuyo gobierno de la ciudad gastó catorce millones de dólares en proporcionar a los miembros del COI “un nivel de hospitalidad ilegítimo y excesivo”, de los que cuatro y medio eran para “entretenimiento” (dejemos que la imaginación desvele este concepto). Fue el gobernador de la región quien levantó la liebre posteriormente.
Al principio organizar unas olimpiadas era visto como un honor para la ciudad designada e indirectamente para el país. El impacto sobre las finanzas públicas era muy pequeño. Con la entrada de la televisión en los hogares y el nuevo enfoque de la “era Samaranch” todo esto cambió. Y cambió radicalmente. En esta gran comedia, el único agente que siempre ha ganado ha sido el Comité Olímpico Internacional (Olympics, Inc.).
Veamos cuales son las principales partidas que tiene que asumir un candidato a las Olimpiadas:
1.Costes asociados a la presentación de la candidatura. Afectan a todos los participantes.
2.Costes del ganador:
a).Inversiones relacionadas con la competición y elementos asociados. Donde competir, donde residir, donde entrenarse. Tengamos en cuenta que las olimpiadas más completas (las de verano) han de ofrecer servicios a 11.000 atletas y a 5.000 entrenadores y asistentes.
b).Inversiones en infraestructuras para acceder a los juegos: autopistas, aeropuertos, líneas férreas, etc.
c).Servicios operacionales: seguridad, transporte, servicios médicos, etc.
Ya hemos visto el coste del primer capítulo en el caso de Tokio (auditado), pero se estima que la cifra real es siempre más elevada.
Ésta es la partida del “debe”. La del “haber” (los ingresos) viene en gran parte condicionada por la voluntad de la central suiza, que abre discrecionalmente el flujo de dinero de que dispone su tesorería. Esto explica lo ocurrido en los últimos años y que los medios de información han contribuido a ocultar. Veamos algunos casos:
Estos casos, que podríamos ampliar, ponen de manifiesto una extrema confusión en la información hecha pública. Ni los Estados, ni las ciudades, ni las organizaciones oficiales, ni los entes privados informan debidamente a los ciudadanos, que son los que en último término financian con sus impuestos estos dispendios, muchos de naturaleza opaca.
Y si nos referimos a los estudios académicos realizados para ver el impacto a medio y largo plazo del evento olímpico sobre el Producto Interior Bruto, la conclusión es unánime: no hay impacto apreciable. No solo esto, sino que se ha detectado el denominado “Post-Olympics Valley Effect” en ciudades como Atenas, Río de Janeiro y Montreal. Este efecto se ha materializado en una recesión económica. Las bases de tal recesión tienen dos causas. La primera es que la preparación del evento olímpico produce un fuerte incremento de la inversión y el consumo (decisiones rápidas, apenas analizadas y escasamente controladas), tendencia que desaparece posteriormente y tiene efectos negativos no esperados sobre el ciclo económico. La segunda tiene que ver con la infrautilización de los equipamientos construidos y el gran coste de su mantenimiento.
Ya hemos dicho que la decisión sobre a quien se adjudican los juegos pertenece única y exclusivamente a los miembros del COI. ¿Y quién los elige? El propio COI. Es decir, se eligen por cooptación, fórmula entre las menos democráticas existentes. Es un fenómeno de naturaleza endógena, donde nunca entra aire fresco. Un buen ejemplo lo tenemos en que el mismo año en que termina el virreinato de Samaranch, su hijo es elegido para incorporarse al club. De la misma forma proceden los comités olímpicos nacionales. Aire viciado propenso a la corrupción.
En términos consolidados la cuenta de explotación de una olimpiada ofrece una lectura poco ortodoxa. Los costes van siempre a cargo de la ciudad elegida y la mayoría de los ingresos entran en la caja de Olympics, Inc.
Nuestra posición
Un proyecto de este tipo en el territorio asignado solo favorecería el monocultivo económico que supone el turismo a corto, con la construcción como fase previa. Aumento del “precariado” en la mano de obra, sin horizontes de futuro.
Con la experiencia acumulada, apostar por la candidatura de los juegos olímpicos de invierno “Pirineos-Barcelona 2030” desde un punto de vista económico es un grave error. Y ésta sería la lectura más amable. Otra lectura, más crítica, pondría en evidencia la fuerza de los intereses privados, siempre inconfesables, sobre los públicos. Más urbanizaciones, más casas adosadas, más desperdicios. Los decisores del proyecto deberían repasar, si no lo recuerdan, el concepto de “coste de oportunidad”. ¿Qué se podría hacer con este dinero en lugar de malgastarlo en un evento que ha perdido su legitimidad original? Una cosa es el deporte y otra muy distinta su explotación económica.
Estoy radicalmente en contra de la candidatura “Barcelona-Pirineos 2030”. Lo estoy por las razones aludidas. Coincido además con Leonard Cohen cuando dijo: “A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado”.